La segunda fase fue la Revolución de Octubre, en la que los sóviets, inspirados y dirigidos cada vez más por el Partido Bolchevique, bajo el destacado papel estratégico de Vladímir Ilich Uliánov, conocido como Lenin, y la importante acción organizadora de León Trotsky, encabezando el Comité Militar Revolucionario, tomaron el poder mediante una insurrección popular armada, arrebatándolo al gobierno provisional dirigido por Aleksandr Kérensky, y disolviendo el aparato gubernamental del anterior Estado constitucional burgués, junto con sus instituciones: la gendarmería, las Fuerzas Armadas de Rusia, la propiedad privada sobre los principales medios de producción y servicios y más tarde la Asamblea Constituyente.
Fue uno de los responsables del derrocamiento del régimen zarista en Rusia entre otras muchas cosas.
El problema central
de Kérenski en su cargo fue que Rusia estaba agotada tras tres años de
guerra, con el pueblo deseando sólo la paz a cualquier precio. Lenin y
su Partido Bolchevique prometían «paz, tierra y pan» bajo un sistema
comunista; asimismo, el ejército se descomponía con las deserciones de
soldados de origen obrero y campesino. Pero Kérenski y otros líderes
políticos se sintieron obligados a cumplir los compromisos establecidos
con sus aliados para continuar la guerra contra Alemania.
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